¿Por qué importa la libertad religiosa?
La libertad religiosa y una cultura viva de la fe son atributos que
definen a Estados Unidos y caracterizan tanto el orden nacional como su
sistema político y su economía de mercado [1].

Desde los primeros asentamientos del siglo XVII hasta las causas de
gran reforma social lideradas por congregaciones religiosas a finales
del siglo XIX y nuevamente en el siglo XX, la religión ha sido un tema
de primer orden en la vida americana.
Hoy, casi el 90% de los americanos afirman que la religión es al
menos “algo importante” en sus vidas [2]. Cerca del 60% son miembros de
una congregación local [3]. Las organizaciones confesionales se
mantienen enormemente activas atendiendo necesidades sociales domésticas
y enviando ayuda al exterior.
¿Por qué importa la libertad religiosa — en nuestro país y en el mundo?
La libertad religiosa es piedra angular del experimento americano. Es
así porque la fe religiosa no es simplemente una cuestión de
“tolerancia” sino que se entiende como el ejercicio de “derechos
naturales inherentes”. Como George Washington observó alguna vez: “[E]l
Gobierno de Estados Unidos, que no avala el fanatismo ni apoya la
persecución, solamente pide que los que vivan bajo su protección se
comporten como buenos ciudadanos, otorgándole en todo momento su apoyo a
todos los efectos”. Y “lo que aquí se considera como un derecho para
con las personas, es un deber para con el Creador” escribía James
Madison en
Memorial y Manifiesto (1786). “Este deber es
precedente, tanto en el orden de tiempo como en el grado de obligación, a
las exigencias de la sociedad civil”.
El modelo de libertad religiosa brillantemente diseñado por Madison y
los otros fundadores americanos es fundamental para el éxito del
experimento americano. Es esencial para la búsqueda ininterrumpida de
los ideales de América enunciados en la Declaración de Independencia,
para la libertad ordenada reflejada en la Constitución y para la paz y
la estabilidad en todo el mundo.
La clave para el éxito de la libertad religiosa en nuestro país es su
orden constitucional. Los Fundadores arguyeron que la virtud que se
deriva de la religión es indispensable para el gobierno limitado. La
Constitución, por tanto, garantiza el libre ejercicio de la religión a
la vez que prohíbe la institución de una religión nacional. Este orden
constitucional ha producido una relación constructiva entre religión y
Estado que equilibra las dobles lealtades de los ciudadanos para con
Dios y las autoridades terrenales sin forzar a los creyentes a abandonar
(o moderar) su lealtad principal hacia Dios.
Esta conciliación de las autoridades civiles y religiosas así como la
creación de un orden constitucional que dio libertad a grupos
religiosos antagónicos, ayudó a desarrollar un espíritu popular de
autogobierno. Al mismo tiempo, las congregaciones religiosas, la familia
y otras asociaciones privadas ejercen la autoridad moral esencial para
mantener un gobierno limitado. Con frecuencia, los Fundadores sostenían
que la virtud y la religión son esenciales para mantener una sociedad
libre porque ambas preservan “las condiciones morales de la libertad”
[4].
Hoy, las raíces religiosas del orden americano y el papel de la
religión en su continuado éxito son poco entendidos. Una fuente de
confusión es la frase “separación iglesia y Estado”, una frase usada por
el presidente Thomas Jefferson en la ampliamente mal entendida carta a
la Asociación Bautista de Danbury en Connecticut en 1802 [5]. Muchos
piensan que esto significa una separación radical de religión y
política. Otros han ido tan lejos como para sugerir que la religión debe
ser algo enteramente personal y privado, mantenido fuera de la vida
pública e de instituciones como las escuelas públicas.

Esto es incorrecto: Jefferson quería proteger la libertad de religión
de los estados de manos del control federal así como la libertad de los
grupos religiosos para cuidar de sus asuntos internos de la fe y su
práctica sin interferencia gubernamental en general. Desafortunadamente,
la frase de Jefferson es probablemente más conocida que el verdadero
texto de la Primera Enmienda de la Constitución: ” El Congreso no hará
leyes en relación al establecimiento de religión alguna o prohibición
del libre ejercicio de la misma”.
El modelo americano de libertad religiosa adopta una visión
fuertemente positiva de la práctica religiosa, tanto en privado como en
público. Aunque no significa que cualquier cosa y todo lo hecho en
nombre de la libertad religiosa no esté sujeto al Estado de Derecho, sí
significa que la ley debería dejar tanto espacio como sea posible para
la práctica de la fe. Lejos de convertir la religión en algo privado,
asume que los creyentes y las instituciones religiosas tendrán papeles
activos en la sociedad, incluida la participación en política, en la
creación de normativas públicas y en ayudar a formar el consenso moral
de la opinión pública. De hecho, los Fundadores consideraban la
participación religiosa a la hora de moldear la moralidad pública como
esencial para la libertad ordenada y el éxito en el experimento de
autogobierno.

En contra de las predicciones de que el progreso social y político
acabaría marginando la religion, la fe religiosa y sus prácticas siguen
difundiéndose y persisten llenas de vitalidad en el planeta.
Como escriben los autores de un libro sobre la persistencia de la
religión en la cultura y la política de todo el mundo: “Las cosas mismas
que se suponía destruirían la religión — democracia y mercados,
tecnología y razón — se están combinando para hacerla más fuerte” [6].
En esta era —como en toda la historia previa de la humanidad— Dios ha
ocupado los pensamientos del ser humano. La conciencia, el misterio de
la existencia y la perspectiva de la muerte desafían a cada persona a
enfrentarse a las preguntas de la trascendencia y la realidad divina.
La libertad religiosa reconoce el derecho de todos para buscar estos
fines transcendentes. Este derecho no es conferido por el gobierno sino
por el Creador. Al respetarlo, el gobierno reconoce que tales asuntos
postreros están fuera de su jurisdicción y que la conciencia responde a
una autoridad superior a la ley del país. Los individuos y las
instituciones deberían ser libres para creer y actuar en respuesta a la
realidad divina.
Dado que la libertad religiosa es el cimiento de toda la libertad
humana, provee una base sólida para el gobierno limitado. La libertad
de conciencia exige, y en última instancia justifica, el gobierno
limitado.
Por otra parte, el gobierno limitado exige responsabilidad
individual. La libertad involucra la responsabilidad moral de todas y
cada una de las peronas. En una sociedad libre, la religión es un
alidado del buen gobierno ya que da forma al carácter moral de
individuos y comunidades.
La libertad de religión es un derecho humano fundamental que los
pueblos de todas las naciones deberían disfrutar. Este principio ha sido
reconocido en la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 y en
posteriores acuerdos internacionales. A pesar de su amplio
reconocimiento, muchos pueblos no pueden ejercer esta libertad básica.
Incluso con la prevalencia global de la religión, la libertad
religiosa está lejos de ser respetada universalmente. Aproximadamente un
tercio de las naciones restringen la religión en alto o muy alto grado,
según el Foro Pew de Religión y Vida Pública. El 70% de la población
mundial vive en esos países [7].
En algunos casos, gobiernos totalitarios han oprimido de forma
general a creyentes y grupos religiosos. En otros, regímenes estatistas
fundados en una religión han perseguido a las minorías religiosas.
Los países designados por el Departamento de Estado americano como
“países de especial preocupación” porque restringen la libertad
religiosa (como Corea del Norte, Irán y Birmania), padecen además de
otros males. También tienden a tener la menor libertad económica del
mundo — y algunos de sus peores resultados económicos.
Por el contrario, los gobiernos que respetan la libertad religiosa
tienden a respetar otras libertades. La libertad religiosa está
fuertemente ligada a la libertad política y económica así como a la
prosperidad. Como señala un investigador de la libertad de culto en el
mundo: “Allí donde hay un alto nivel de la libertad religiosa, la
tendencia es que haya menos incidentes de conflicto armado, mejores
resultados en salud, mayores niveles de ingresos y mejores oportunidades
educativas para las mujeres” [8].
La Ley de Libertad Religiosa Internacional de 1998 hizo de la
libertad religiosa parte oficial de la política exterior de América. Por
ende, Estados Unidos se comprometió a promover la libertad religiosa
como “un derecho humano fundamental y una fuente de estabilidad para
todos los países” y a “identificar y denunciar a regímenes” que
practiquen la persecución de la religión.
Condenar y restringir la persecución religiosa es un objetivo
crucial, pero la libertad de culto es mucho más que eso. Nuestra visión
de la libertad religiosa deberá ser sólida.
Los intentos por relegar la religión a la vida privada o por impedir
que las instituciones religiosas hagan lo suyo de acuerdo con sus
creencias amenazan esta libertad fundamental. Los creyentes y las
instituciones de fe deberían tener libertad para practicar sus creencias
en la esfera privada así como en la pública según su religión. Los
creyentes deberían poder persuadir libremente a otros para que adopten
su fe. Los individuos deberían poder abandonar su religión o cambiarla
sin miedo a represalias y todos deberían tener derecho a la protección
de la ley al margen de sus creencias.
La protección más segura y consistente de la libertad religiosa
necesita estar arraigada en el gobierno constitucional. La diplomacia
pública de Estados Unidos puede respaldar el desarrollo de una sólida
libertad religiosa contando la historia de su éxito en América.
Esto requiere que nuestros responsables políticos comprendan y sean
capaces de defender el papel de la religión en el orden constitucional
del país. En la guerra de ideas del siglo XXI, la diplomacia pública
americana deberá apoyarse en el cimiento de los principios fundacionales
americanos en su lucha contra poderosas ideologías que presentan
fuertes, congruentes pero muy equivocadas explicaciones sobre la
naturaleza y el designio de la existencia humana. La evaluación de la
dinámica religiosa en todo el mundo debería convertirse en una función
frecuente del análisis y dar a conocer el papel de la religión en
Estados Unidos debería ser una constante en la estrategia de
comunicación.
La religión y la moral tradicional continúan jugando un papel
significativo en la vida pública de América. La mayoría de americanos
continúan atribuyendo gran importancia a la fe religiosa y su ejercicio,
al matrimonio, a la familia y a criar a sus hijos en un entorno
moralmente rico y solidario — valores compartidos por muchas sociedades
religiosas en todo el planeta.
Todos nacemos con el derecho a la libertad religiosa, pero pocos
gobiernos en el mundo lo reconocen y demasiada gente no ha disfrutado
nunca de ese derecho.
Uno de los regalos de la Providencia a Estados Unidos es una
constitución que ha sabido proteger con éxito este derecho fundamental.
Es un regalo que los americanos deberían saber apreciar y es un modelo a
seguir para todos en todo el mundo.